Normas Sociales.


Nota:
Este texto no insinúa que las normas sociales sean negativas de por sí, sino que, a pesar de la posibilidad de llegar a ser conscientes de su carácter constructivo, en la mayoría de casos las personas no aprovechan la flexibilidad de nuestro diseñor para cuestionar sus constructos.
Introducción.
Desde que nacemos interactuamos interindividualmente en las diferentes subsociedades en las que nos movemos. Desde nuestra madre hasta nuestro grupo de amigos, toda combinación de 2 ó más personas podría ser un subgrupo social, subsociedad, grupo social u otro tipo de unidad social (según cómo las delimitemos). Las unidades se pueden combinar, separar, etc. En cada una, mediante un interaccionismo simbólico se transmiten, construyen y reconstruyen normas, y éstas, a su vez, construyen y reconstruyen a las personas. Se usaría el término símbolos sociales (concretamente los imperantes por defecto según el contexto social-histórico en el que se haya nacido) porque las normas interiorizadas en diferentes unidades tienen un carácter simbólico. Es decir, los significados de diferentes conceptos adquieren valor y definición desdel indirecto convenio entre individuos (tras múltiples interacciones) y su abstracción.

Lo que en un grupo social concreto de la sociedad norteamericana podría ser el percepto del trabajo, en otro de la sociedad china podría ser algo muy diferente. Las abstracciones entre individuos de estos símbolos no son idénticas y obviamente varían (más adelante se hablará de cómo fluctúan), pero obviamente son más parecidas a nivel intragrupal que intergrupal (entre grupos).

Las normas como construcción.
Al contrario de lo que la mayoría piensa -porque justamente esa tendencia de pensamiento es en sí una norma relativamente común-, las normas sociales (entendidas a nivel complejo) no son restrictivas, sino mayormente constructivas. El carácter constructivo de la norma se refiere al hecho de que ésta no restringe, como harían las reglas vinculadas a la circulación del tráfico o a cualquier ámbito concreto no psicológico, sino a que crea personalidades, opiniones y creencias; es decir, construye realidades (percibidas).
Restringir implica que se es muy consciente de las opciones alternativas y que incluso se querría al menos probarlas, en vez de aquello a lo que se ha sido forzado. Pero en la gran mayoría de los casos las personas ni se plantean alternativas a sus rangos de creencias y valores. Éstos prácticamente establecen su percepción de forma natural, más allá de un mero sistema referencial.

Aunque las personas pueden elegir entre diferentes opciones de prendas, las que llevan pantalones rotos u otra prenda característica de las modas actuales de las culturas en las que interactúan no lo hace porque una norma restrinja y delimite la ropa que pueden llevar -no hay norma que les obligue a ello-, sino porque quieren y les apetece ponérselos; son ellos los que lo sienten, y obviamente no lo sentirían si no hubieran nacido en un contexto en el que ya es una prenda de ropa en el rango de la normalidad. En este sentido, la norma los construye. Si es normal ir al menos con algo de ropa, por mucho calor que haga, al ver a alguien sin ésta (por la calle, y no en una playa nudista), la mayoría de personas tenderán a sentir vergüenza ajena, que es una de las reacciones emocionales normales ante tal hecho, y no a pensar que algo o alguien les restringe respecto a cómo ir vestidos (incluido siendo ilegal el ir sin ropa). Lo mismo si fuera una prenda de ropa totalmente inadecuada o estrafalaria respecto a los grupos sociales en los que el individuo en cuestión se mueve y comunica. Es decir, fuera del rango normal.

En el caso de la vestimenta no podemos captar la verdadera importancia de este rasgo de las normas y lo que implica, pero si lo extrapolamos a la amistad, al amor, a las relaciones interpersonales en general, a la belleza, al arte, etc.; nos damos cuenta de lo poco libres que somos, ya que seríamos una combinación totalmente diferente por haber nacido simplemente en un contexto diferente, en un momento socio-histórico distinto, por haber pasado por otra secuencia de interacciones/grupos. El concepto de amistad, por ejemplo, no es algo independiente del rango normativo que lo define en el contexto en el que se ha nacido e interactúa.

Un individuo puede percibir que elige la forma en la que quiere y trata a sus amigos, pero en la mayoría de casos es una versión subordinada al rango contextual de la normalidad en la que se ha nacido e interactúa. Al igual que en el caso del símbolo del trabajo, la amistad estará, por defecto, influenciada por las normas y conjuntos de símbolos vigentes allá donde hayamos nacido e interactuado.
Las normas sociales, como reitero, nos construyen (y al mismo tiempo las construimos) desde que tenemos conciencia y son el formato o unidad de información que tenemos por defecto a la hora de interactuar con el ambiente y los demás. Reacciones instintivas aparte -como apartar la mano de algo demasiado caliente-, así como introspecciones profundas sobre las propias normas y/o que busquen conscientemente un proceso cognitivo desnormalizado, toda percepción, interpretación u opinión está, por defecto, afectada por este formato (la normalidad).

Es obvio que existen tendencias psicobiológicas para la creación de las normas. Por ejemplo, si psicogenéticamente somos más propensos a que nos atraigan personas más simétricas -la simetría es un indicador de calidad genética-, probablemente, en la mayoría de subsociedades y sociedades las normas tenderán a desarrollarse hacia unos cánones sobre la belleza que se verán influenciados por esa propensión. Lo mismo en cuanto a la tendencia a sentir celos. No es imposible reconstruirse para no sentirlos, pero sí hay una clara tendencia psicobiológica relacionada con la selección natural.
Las normas que en una subsociedad acontecen, pueden no acontecer o tener una versión diferente en otra, por próxima que sea. En una familia puede ser normal tener cierto trato familiar, prestar ayuda hasta cierto nivel normal para sus miembros; mientras que en otra puede ser diferente porque el interaccionismo simbólico entre los miembros bajo unas circunstancias diferentes ha llevado a una normalización diferente. Lo mismo al comparar parejas: en una pareja pueden ser normales ciertos acontecimientos y en otra otros.


Cada persona es una combinación única de normas y genes en un momento concreto, y puede cambiar a medida que se desarrolle, dado que sigue interactuando desde esa base genética única con una combinación y secuencia únicas de subsociedades e individuos únicos, por parecidos que sean entre sí o se lleguen a solapar. Lo que importa es que esas versiones únicas (pero solapadas), se crean mayormente por la lenta inercia de las interacciones rutinarias con pequeños cambios, de forma tortuosa y paulatina, y no por un proceso totalmente consciente, libre y deductivo. Los cambios más súbitos tienen lugar de otra forma que explicaré más adelante, pero habitualmente los individuos apenas cambian, y cuando pasa, es muy lentamente la mayoría de las veces.
Las contradicciones.

Algo deducible e importante del proceso de normalización es lo siguiente: al ser las normas un producto del interaccionismo simbólico y no del plan de un ente absoluto e inteligente, de un dios, de un destino lógico o lo que fuere..., las combinaciones se vuelven contradictorias. Por ello, inevitablemente las personas también son contradictorias, dado que ya hay normas vigentes que son contradictorias entre sí en las subsociedades en las que nacen y se desarrollan, interiorizando combinaciones ya de por sí contradictorias de normas. No estamos diseñados para tomar elecciones de forma coherente y ser libres por defecto, sino para sobrevivir, lo que conlleva este tipo de normalización contradictoria, producto de la selección natural interactiva de genes y normas que se da en nuestra especie.

La humildad, por ejemplo, es una norma que choca con la norma sinceridad. ¿Cómo se han llegado, no obstante, a seleccionar semejantes normas? En el caso de la humildad, muy probablemente como una indirecta negociación preconsciente entre individuos: yo no intento herir tu ego, y tú no intentas herir el mío. Además, si alguien no es humilde, la norma se ramificaría en forma de diferentes tipos de feedback negativo. En otras palabras, el grupo castigaría, desacreditaría, despreciaría o ignoraría al individuo no humilde (pasividad para negar cualquier tipo de recompensa).
En el caso de la sinceridad sería más obvio todavía: la información relevante de calidad y veraz tiene mayor valor para tomar elecciones y, además, el ser honesto con alguien implica indirectamente considerarle un igual. Si somos sinceros con otros, mostramos indirectamente que le valoramos  positivamente (a la vez que creemos ser positivamente valorados), y esperamos lo mismo por reciprocidad.
Es obvio, sin embargo, que podríamos solventar la incongruencia teniendo un ego menos frágil y más estable, aceptando opiniones de otros que puedan parecer superficialmente pedantes o incluso arrogantes (sin serlo necesariamente, dado que podrían ser meramente sinceras). Sin forzarnos mutuamente a sacrificar nuestra sinceridad al menos por humildad. Entonces, ¿por qué no se da prioridad a la sinceridad y se descarta la necesidad de que otros sean humildes para no herirnos o molestarnos? Porque, como he dicho, las normas no se desarrollan a la vez bajo un plan bien estructurado, sino paulatinamente por las infinitas interacciones en diferentes grupos sociales, lo que hace que no necesariamente sean cohesivas ni coherentes. La lógica de la norma sinceridad y de la norma humildad es sólo local y perceptiva. Cuando una persona se plantea cómo percibe la sinceridad (y la mayoría ni lo hacen, ya que prevalecen una rutina muy automatizada sin cambios ni nuevos estímulos), no es muy probable que indague profundamente en contradicciones con otras normas interiorizadas. Más bien se tiende a pensar en ellas de forma más individual (si se hace), y no como sistema, haciendo más difícil que se perciban las contradicciones.
Otra norma que parcialmente contradice a la sinceridad es la intimidad, dado que sesga de forma brutal la información que emitimos -ser sincero es infinitamente más complejo que no decir mentiras-, y los individuos se enriquecerían o aprendería mucho más unos de otros si fueran más abiertos en los ámbitos percibidos normativamente como íntimos (esto no implica que absolutamente cualquier información sea relevante).
La intimidad es probablemente una norma que se ha desarrollado bastante después de la industrialización, cuando muchos pasaron de vivir en las zonas rurales (donde compartían tanto al no estar tan concentrados), a las ciudades, donde empezó a percibirse cada individuo a sí mismo y a los demás como desconocidos entre los que hay que mantener cierta distancia y capas que, realmente, no hacen más que volver las interrelaciones personales todavía más superficiales e insulsas. Compartir más experiencias, sentimientos, pensamientos, etc., sería provechoso y sincero para el colectivo (más estímulos y de mayor calidad que, por ejemplo, tópicos o el hablar sólo de temas apropiados).
Otra incongruencia con la sinceridad es la normalización del sesgo para evitar, supuestamente, herir al emisor. Técnicamente no se pretende evitar herir al emisor, sino evitar la incomodidad de verle herido y sentirse uno culpable. Sea el confesar una infidelidad o no contarle a un amigo que su opinión, proyecto, acto o lo que fuere es estúpido desde nuestro punto de vista. Algo que se refleja en el abuso de expresiones vacuas preventivas como para ser sincero..., te voy a ser sincero... Aunque no tengan una gran relevancia y no sea literal, ¿por qué no íbamos a ser sinceros como tener que aclarar que vamos a serlo?
Uno puede alegar también que el concepto de excepción no implica contradicción. No obstante, no hay razones coherentes para no ser sincero en las situaciones expuestas. Son situaciones en las que es más difícil serlo, pero sigue siendo coherente. Más que excepciones, son excusas normalizadas y aceptadas colectivamente para facilitarnos el no ser sinceros en las situaciones donde más cuesta.
Está también normativamente bien valorado querer a amigos y parejas de forma incondicional o no egoísta (ser generoso), pero (casi) siempre que hay asimetrías sentimentales y/o de interés, aparecen un tipo de reproches, celos y envidias también normalizados (en un rango aceptable normal).
Está normalizado el valorar positivamente el pacifismo, pero en situaciones más locales las personas justifican normalmente diferentes grados de violencia.
Etc.

El método y conocimiento científicos, así como la filosofía, indirectamente minimiza las contradicciones normativas en una sociedad (asumiendo un sistema educativo que los prioriza), pero obviamente no son inmunes a su efecto constructivo y formato a menos que tengan en cuenta su impacto y, además, lo estudien. 
Los cambios.
Como he dicho: las personas son combinaciones únicas de normas y genes en un momento concreto, es decir, de cualidades. Las combinaciones se solapan y por eso, justamente, las personas se parecen, y más cuanto más próximas y parecidas hayan sido las subsociedades por las que hayan pasado: universitarios, quillos, discotequeros, introvertidos, intelectuales, góticos, punks, artistas, gente de letras, gente de ciencias, adolescentes, jóvenes, treintañeros, gamers, cuarentañeros y más solapamientos. Aunque semejantes grupos sean difíciles de delimitar (en parte precisamente por los solapamientos), hay patrones evidentes como para al menos considerarlos como tales.
Pero, ¿cómo se producen entonces los cambios normativos? Especialmente los más notables. Tanto en las personas como, por deducción, en las normas.
En parte es por la diferencia acumulativa de abstracciones al interactuar simbólicamente. La abstracción siempre será sutilmente diferente tras cada interacción (como se ha comentado al principio, las abstracciones no son idénticas incluso entre individuos de un mismo grupo). Pero los cambios más súbitos en los individuos tienen lugar gracias a, sobre todo, las disonancias cognitivas.
Antes no era normal que los homosexuales expresaran sus sentimientos públicamente, y ahora lo es (aunque en algunas subsociedades esté costando más que en otras la respectiva asimilación normativa o normalización); de la misma forma, hoy en día no sería normal que yo me acostara y me enamorara de una supuesta hermana, pero tal vez en una década o varias sí lo sea.
Del mismo modo que dos hombres deberían poder enamorarse libremente y expresarlo, no tendría por qué ser un problema que yo me acostara y me enamorara de mi hermana. La relación en sí no implica endogamia hasta el punto reproductivo (se podrían adoptar hijos). Resulta -suena-, no obstante, chocante y enfermizo, ¿verdad? Acostarme y enamorarme de mi hermana... También les sonaba y suena chocante y enfermizo a los homófobos que dos hombres o dos mujeres mantengan una relación amorosa habiendo interiorizado una norma rígida respecto al amor y la unión heterosexual. ESO (el que parezca chocante y enfermizo algo que contradiga  una norma) es justamente lo que quiero decir cuando digo que las normas son constructivas, y ESE agravio comparativo con, en mi ejemplo, los homosexuales, es propiamente una disonancia cognitiva.
Percibes una contradicción en tus esquemas, algo no encaja. Realmente hay muchas otras contradicciones, pero la disonancia cognitiva se manifiesta al identificar a una de ellas. Una vez identificada, pueden seguirse, a grandes rasgos, dos caminos: la autojustificación o el cambio. Es decir, intentar justificar y parchear la incongruencia con argumentos frágiles como: pero hombre, con una hermana has convivido desde la infancia..., no es lo mismo (bobada, teniendo en cuenta que también se puede enamorar uno de alguien que conoce desdel parvulario o con quien ha convivido en un orfanato, y sí sería normativamente aceptable en esos casos); o puede aceptar una modificación en sus estructuras cognitivas y esquemas, produciéndose una pequeña reconstrucción o reajuste preconsciente: puede uno cambiar. El cambio es el mayor indicio de libertad. Y sí, el ejemplo ha sido absurdo (ni siquiera tengo hermana), pero era necesario utilizar algo chocante y radical para que se captara la idea de construcción, que no restricción, respecto a las normas.

Los cambios tienen lugar también en profundas introspecciones (el flujo cognitivo cotidiano está sesgado por las normas, con lo que, como he dicho anteriormente, raramente implica cambios sustanciales), y algunos personajes históricos han podido dar auténticos mazazos a la normalidad vigente en una época determinada -estuvieran equivocados o no, provocaron cambios-.
Así, la evolución de las normas obviamente existe. La coherencia, a grandes rasgos, se ha ido abrirendo camino con altibajos e irregularidades a lo largo de la historia y lo sigue haciendo, pero las transformaciones sociales son lentas por la propia naturaleza de las normas sociales y nuestro diseño generalmente confirmacionista.

El ser consciente de este proceso y el intentar cuestionarnos a nosotros mismos y analizar nuestro constructo nos da la oportunidad de acelerarlo.
Nota sobre el amor.
Respecto al amor..., como ejemplo y para detectar una norma (una de tantas y de tantas combinaciones): no habría un amor verdadero, porque todos son verdaderos. Incluso el amor de un niño por una niña se manifiesta y tiene lugar también de una forma verdadera. Es algo que acontece y ocurre, no es un amor de mentira, pero hoy en día rige la norma amor verdadero en muchas mujeres (y algunos hombres), haciéndoles idolatrar al amor que está por llegar y haciéndoles menospreciar al que ya tienen, sienten y reciben. Esa norma dice que el supuesto amor verdadero no puede llegar demasiado pronto, que será hacia los 30, que tal... que cual... Lo único que hacen es desaprovechar una oportunidad para amar de una forma entregada y pura, acabando por amar de una forma mediocremente normal, que también es verdadera, pero no menos verdadera que ésa que llegará hacia los 30 con el supuesto hombre de su vida, con el que tendrán hijos, serán felices y comerán perdices... Como digo, es sólo un ejemplo, el cual no necesariamente forma parte del constructo de todos los miembros de una sociedad.
Pero la norma sobre el amor verdadero es sólo un ejemplo de los muchos posibles sesgos que nuestra forma de sentir puede experimentar por el contexto socio-histórico y cultural en el que nos hemos desarrollado. Diferentes grados de una predisposición al control, la necesidad de atención, celos, supuestos tipos de rutina aceptables con la pareja, expectativas sobre el espacio que cada uno matendría, los roles mujer/hombre, incondicionalidad, etc., pueden ser interiorizados de formas muy diferentes y no conscientes, vinculadas a los rangos de normalidad en nuestro contexto.
¿Es posible diseñar una forma de querer perfecta lo más independiente posible de las normas en nuestros contextos sociales? Entendiendo como independiente no el que no coincida en nada con nuestra forma de querer por defecto, sino refiriéndome al cómo ha sido creada. Algo que sí hayamos elegido puramente nosotros.
A un nivel dogmático y perfecto tal vez no, pero en términos de optimización sí.
Porque es obvio que el amor forma parte del objetivo de supervivencia, al motivarnos para buscar y estar cerca de la persona con la que queremos estar, y manteniéndose de forma relativamente estable al menos durante un tiempo, hasta que al menos los hijos dejan de ser tan sumamente frágiles y necesitan menos cuidado. Con lo cual, obviamente habrá siempre propensiones psicobiológicas como los celos y el egocentrismo respecto a la pareja. Pero nuestro diseño a la vez nos hace sumamente adaptativos, y es algo que podemos usar para ajustar nuestros sentimientos. De la misma forma que la simetría es atractiva y aún así nos puede gustar y hasta nos podemos enamorar de una persona fea según los cánones de belleza vigentes, y hasta percibirla como bella; también podemos querer de una forma no controladora, celosa, egoísta, condicional, egocéntrica, etc.
Con todo esto, esa forma elegida de querer sería como un trato con nuestro diseño. No podemos elegir no comer y hay propensiones vinculadas a la eficiencia que nos hacen preferir ciertos tipos de comida no saludable, pero esto no significa que sea imposible elegir una dieta sin el abuso de chocolate, por ejemplo.
Obviamente en el caso de un sentimiento es mucho más complejo y difícil, pero no imposible.
El Perfeccionismo Simbólico.
Este perfeccionismo no es más que la meta del yo fenomenológico (nuestra percepción del yo), según las expectativas normativas que se podrían deducir en la interacción con los demás, tanto en el sentido de que son espejos en los que vernos y consecuentemente generarnos expectativas propias, como estimuladores que mueven ese listón según lo que esperan o creen que podrían llegar a esperar normativamente de nosotros.

En este sentido, un Andreu Buenafuente, imaginándomelo a sus 25 años, empezó a tender a un perfeccionismo (que acabó alcanzando) que le definiría como un gran humorista y comunicador. ¿Como sex-symbol? ¿Como gran atleta? Claro que no. El perfeccionismo simbólico no es absoluto, sino relativo a lo que podría llegar a esperarse según unas expectativas normales por el contexto social del yo fenomenológico. Cada persona tiende hacia ese perfeccionismo simbólico y se siente mejor cuanto más cerca esté.
Es algo inherente a nuestro diseño el relativizar y adaptarnos al contexto (social y general), con lo que el perfeccionismo simbólico presenta unos ajustes y adaptaciones para cada individuo, de tal forma que se pueda sentir bien (respecto al perfeccionismo simbólico, no en términos absolutos) tanto el trabajador de fábrica o basurero que quizá siempre había tenido unas metas modestas, como Messi o cualquier estrella del Rock de fama mundial, médico-cirujano de renombre o cualquier otra eminencia en cualquier campo.

Por nuestro contexto social, tristemente el perfeccionismo simbólico está muy relacionado con el ámbito profesional. Casi somos nuestra profesión (es una de las primeras preguntas al conocer a alguien) o, como máximo, lo que hemos estudiado...

...
Conclusión.


Si uno aprende a identificar y procesar las normas y las incongruencias de su constructo poniéndolos en duda (intentando entender el proceso del interaccionismo simbólico e identificando patrones contradictorios, por ejemplo), y si además intenta construir una epistemología y ética propias (tan independientes de la influencia de su contexto socio-histórico como fuera posible), evidentemente optimizará su libertad más básica. Se intentará hacer a sí mismo y podrá elegir a un nivel diferente. No sólo podrá elegir con mayor conciencia y eficacia qué normas le construirán, sino que podrá crear sus propias o percibir mediante otro tipo de formato.

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